domingo, 26 de julio de 2009

No hay nada como tomar helado en invierno

Una vez finalizado el otoño, parecería como si uno desafiara a las estaciones climáticas, cual si imaginara un duelo entre la Madre Naturaleza y uno mismo, enfrentados y esperando durante un prolongado silencio ese momento exacto para atacar. Uno espera. Y espera.
Espera hasta que de repente salta con un movimiento brusco y decide finalmente tomar el teléfono y marcar con desesperación pero a su vez con un tono furioso en su rostro. Espera a que alguien lo atienda del otro lado de la línea, y finalmente alguien responde a su llamado. La voz de uno devela las ansias, un nudo le impide hablar por unos momentos y luego de algunas milésimas de segundo, atina a saludar y a emitir aquellas gloriosas palabras:

"Hola qué tal? Te pido un kilo de helado..."


Por algún motivo uno no puede evitar "casi" reír, si bien la persona que atiende toma ese pedido como algo muy serio. Y ahí es cuando reflexionamos y tomamos noción de lo común que es este hecho. Ahí es cuando nos damos cuenta de que no estamos solos. Será por eso que el sabor de aquella cremosa delicia parece saber más rica en un día de baja temperatura? Será la adrenalina que generó aquel desafío a la Madre Naturaleza? Por qué el dulce de leche sabe mejor? Será porque estudió mucho? O porque no se derrite tan rápido? Quizás sea todo esto aplicado en proporciones distribuidas aleatoriamente. Pero de lo que no hay duda es: no hay nada como tomar helado en invierno.